
El título de la exposición parece un homenaje a Elías Canetti, el búlgaro inglés que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1981 y que este 25 de julio cumpliría cien años. Y tiene que ver con el universo borgiano y hasta con ciertas zonas del lirismo de Ezra Pound.
La muestra de Varela incluye obras sobre papel y sobre lienzos en formatos pequeños, medianos y grandes, así como formas volumétricas que él mismo se niega a llamarles esculturas. Una colección para la que tuvo que gastar tiempo y esfuerzo, mucho esfuerzo. Eso de grabar cada letra o signo en cualquiera de los soportes utilizados, hasta sacarle casi un grito al material, es bien trabajoso.
Sin embargo, lo más interesante de la muestra -que hay que volver a visitar en mejores condiciones lumínicas y de aire ambiental- tal vez no sea lo que se ve, sino el significado de lo que nos intenta participar Varela, la poïesis que subyace en cada una de las obras los distintos significados.
Una de las obras reproduce en 24 piezas de pequeño formato las letras del abecedario en una intensidad cromática que va in crescendo; otra representa un dado de mediano tamaño en aluminio y bronce con letras impresas en su superficie; otra aún es un enorme lienzo en un ocre oscuro que parece un himno al abstracto. Toda la exposición se mueve en un compromiso cromático con los colores pasteles y -¡qué raro!- ausenta al azul cobalto, su color preferido.
Lo que no quiere decir Fernando Varela, lo que prefiere callar es la palabra intuida donde quizás podemos encontrarnos todos.
La seria profundidad de su propuesta es, cuando menos, un derrotero espiritual de un mundo que nos espera más allá de las letras, de las palabras, de las frases, de las voces. Su minimalismo nos introduce en ciertos secretos que en verdad son vericuetos de un laberinto que parece emerger en lo que muchos llaman trascendencia y que no es más que una permanencia temporal en otros ciclos de la realidad.
Con "La palabra callada", Fernando Varela eleva el tono de la vida artística dominicana.
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